domingo, 23 de mayo de 2010

Respirando amistad..

A todos vosotros.. mis amigos, los que habéis estado a mi lado, sosteniendo mi cartílago nasal y la espina dorsal de mi vida, a todos gracias. Mi recuperación no hubiera sido posible sin vuestras flores, sin vuestro sentido del humor, sin vuestro cariño, sin vuestra asistencia inmediata..

Sí, vuelvo a respirar, respiro amistad, el mayor de mis sentidos.

A mi madre, que no se ha apartado un segundo de mi lado y que lo ha hecho todo por mi.. y a toda mi familia que desde la distancia siempre ha estado cerca..

A Carol, que me ha cubierto una parte laboral siempre con el empeño de no fallarme y la parte emocional con cariño a doquier..

A Isi, que me acompañó del principio hasta el final..

A Manu, que le tocó la ardua tarea de ocuparse de mi coche enfermito y también de llevarme al hospital.. (lo siento Manu, te quedaste sin herencia, mi coche se quedó en el camino y a mi madre no la regalo ni de coña).

A Leti, por esos primeros bombones, por su cariño y por todo su apoyo doméstico..

A John, por haberme hecho reír, incluso en los momentos más chungos..

A Edu, por tu ternura, por cada uno de sus detalles mil, por echar a correr conmigo cuando la cosa se puso fea, por sostenerme y por estar ahí, siempre ahí..

A Eva, que corrió cuando le dije “ven”, que me sostuvo en el momento más difícil, que dio fuerza a mi desfallecimiento, y que no me soltó la mano hasta que el cirujano no soltó el bisturí..

Y al resto de mis amigos, a Estela, a Luz Marina, a Raquel, a Fabiola, a Celi, a Marga y a todos los que se han acordado y han estado..
A todos gracias.. Eli.

viernes, 7 de mayo de 2010

Por fin llegaron los exámenes!!

Estamos a piñón y por tanto el momento perfecto para enredar un poco en nuestro abandonado Blog.. Que qué ha pasado últimamente, uff..
Pues que Fer se marchó para recomenzar su vida, que Íñigo pasó su Semana Santa en El Rincón de Leti, que nos visitaron dos mamás, la de Eli y la de Leti, que Jon estrenó la Play de su hermano pequeño porque por fin llegó la dichosa beca, que al Rincón 12 se les estropeó la ducha y que la lavadora sigue rodando sin programas, que Eva fue y vino de Madrid, que el Rincón 14 por fin ganó el partido, representado por el supercampeón “Manu” consiguiendo el ansiado horno (a fecha de hoy aún no ha llegado, será cosa del reparto, ya se sabe que los canarios van un poco relentizados, que nadie vaya a pensar que el Rincón 12 no cumple sus promesas, son las deudas del juego!! ) que qué más? Pues que Edu se hizo un esguince en el pie, que nació el más pequeño de la casa, el negro, y que “la puta” ahora es nuevamente “la mami”, que el 11 de abril fue el cumple de la Leti y lo celebramos de supercomilona, y que en febrero cumplieron Jon y Carol, que lo celebramos con supercenona, que participamos en un concurso literario y no lo ganamos pero nos lo gozamos, que en estos últimos días nos visitó David y la Pa, que hoy es el cumple de Eva y que el grupo “El Barrio” abrirá la veda de la noche..

El día de EVA..

Siete de mayo de algún año de este siglo.. Eva, cumple años, no diremos cuántos, es de mal gusto, pero alguien puede negar que nos hallamos frente a una mujer en todo su esplendor?.

Desde nuestro Rincón y de todos tus amigos, los que tanto te queremos, FELIZ 35 EVA (uyyyyy!!! que se nos escapó! )

Orden del día: comer, beber y reír..

EL RINCÓN LITERARIO

Los Rinconeros atacan de nuevo.. nada menos que seis relatos sobre la "vida universitaria" para concursar al Primer Premio de Relato Corto para la Biblioteca ULPGC.

Objetivo: Ganar y pasar un día en alta mar con unos rones entre manos.

Eli.

RELATO I: IM-POSICION

Ya tiene dos meses cuatro días y mis dos apellidos. Nunca seré bióloga. Él, seguirá siendo rector. Erick nació en lugar de mi licenciatura y fue el mejor proyecto de final de carrera.


RELATO II: JANET

Mucho antes de que Internet estuviera insertado en nuestro propio ADN fuimos ratones de biblioteca, pasamos por los castigos de sotana negra y por una oligarquía política, eran esos tiempos en los que el bolígrafo era toda nuestra herramienta y el papel todo nuestro continente, pero la indolencia del universitario apenas ha cambiado y tampoco nuestros adentros frente a esa energúmena carrera por alcanzar el objetivo prometido.
Tenía menos años que ahora y también más inquietudes, era la noche previa a ese examen y también la última bala del cargador. En pleno agotamiento intelectual, ni mi mano ni mi mente obedecían ya al movimiento inerte de la unipupila.
No quise rendirme, reposé la barbilla en la palma de mi mano diestra y volví a leer la página 108 de aquel interminable tomo III. Bastaron unos instantes para que toneladas de arena sahariana emborronaran de nuevo mi visión y por un instante un batallón de renuncias cayeron sobre mí como un burka sobre la opresión. Mi mente estaba dispersa entre el humo de mi cigarrillo, antes de que los cigarrillos fueran sólo el cincuenta por cien de tabaco, aspiré profundamente y en la octava bocanada de angustia, volvió a mi el recuerdo de Janet, fue su imagen la que por fin borró el sueño de mis intenciones y en el viaje de un flashback se instaló en toda mi neuroanatomía. En este nuevo sudario inicié la bienaventurada ascensión de mis cavilaciones por su piel, recordando de pronto todos sus accesos secundarios. Fue entonces cuando empecé a comprender el fluido de la sangre, las contracturas musculares, los desgarros orgánicos, la arteria aorta. En el escapulario de mi diosa, última ascesis, me llegó la respuesta a la eternidad de Alá, ataxia de Mahoma entre Fátima y Sara, y empecé a comprender el preludio a la siesta de un Fauno que sonaba de fondo en mi tocadiscos. Volví a amarla en aquel instante, con un deseo venido del pasado, como un remordimiento, como el asaltante que acecha en una esquina entre el esternón y la úlcera. De pronto sentí que regresaba la angustia entre un desesperado intento por separarla de mi líquido cefalorraquídeo. Aspiré de nuevo a través del filtro de su ausencia y me dejé llevar por la calma durante unos segundos. Reanudé la lectura luchando entre la gravedad de sus encajes y la coherencia de aquel último curso de postgrado.
Volví a centrar mis pensamientos dispersos en mi descompensada respiración. Volvió a llegar esa opresión de pecho y volví a recostarme un instante en la silla bajo la tenue luz de mi lámpara, me gasté un par de silencios y algún monólogo estúpido, ¿era su efímera anatomía el nudo de mi inquietud? Las horas se pegaban unas con otras sin minutero, mientras discurría entre levedad y lelismo, esbozos sin final. Me preparé otro café y mojé en él las últimas cuatro horas de 4º de Anatomía.
Había demasiada luz cuando desperté, sin mirar el reloj me dejé llevar como autómata por el mecanismo de cada mañana y caminé cuesta arriba hasta la facultad de medicina con el sueño pegado al sudor de mis axilas. A penas había dormido y los nervios del síndrome “mente en blanco” empezaban a traicionarme.
Suspendí aquel examen pero me casé con Janet.
(Profesor de 4º)

RELATO III: EL FIN DE UN COMIENZO
Llegué tarde a clase de anatomía, “La Carrillos” me miró con ese aire suyo de reproche estrecho y continuó con su disección.

- Carlos tengo hambre- le dije a lo bajini, y con el ojo bizco enfocado a uno de los frascos de esos pollos bañados en formol, me arrancó una carcajada de esas que te hacen escupir hasta los esputos del queque de las ocho. –eres un cerdo- balbuceé.

Sonó el timbre y salí disparada escaleras abajo hasta la cafetería

–Eva, ya colgué las fotos en el facebook, nos metimos un pateo de tres horas hasta llegar a Güigüí, lo vas a flipar, la playa estaba buenísima, sólo faltaron una olitas y las tablas-.

Nos ventilamos la clase de las once y una bolsa de “doritos” y nos metimos en una práctica de laboratorio.

Vi a Dani al salir y no pude evitar mirar ese movimiento de culo de un Levis Strauss que no le hacía justicia, me recoloqué la trava del pelo como si se tratara de la cofia de una novia y le pedí un cigarro.

-Fumar puede matar- replicó.

-Sí, sí, las autoridades sanitarias me lo advierten todos los días- le contesté, era una de esas frases estúpidas que me salían cuando los nervios afloraban desde cada una de mis hormonas. Me quedé pegada al hoyo de su barbilla hasta que me di cuenta que llevaba unos segundos con su mechero encendido

–Natalia!

- Ah! sí, perdona-, aproveché para rozar su mano con la mía como si en ello me fuera la vida.

-Bueno, te veo en farmacología, vas a venir? –preguntó.

- Buenooooo, eeee.. tengo práctica, si eso te pido luego los apuntes-

- Ok dijo- y se marchó.

Tenía muchos planes para nuestro futuro aunque él todavía no lo sabía, íbamos a marcharnos juntos de Erasmus a Inglaterra, todavía no tenía claros los detalles pero cada vez que me lo imaginaba practicando una citología a mi lado se me desparramaban todos los flujos duodenales.

Dejé a Gara en casa de Teresa y cogí la Avda. Marítima para enlazar con la carretera del Norte, el tráfico de las dos me mataba, puse el manos libres y llamé a Sonia para contarle lo de mi roce pulgar con el dedo meñique de Dani y mi absurda contestación sobre las autoridades sanitarias, al mismo tiempo que volvía a encender otro cigarro

–Mierda, espera Sonia, he perdido el mechero, un segundo-, deslicé el pie por la alfombrilla y me agaché para coger el encendedor- el tiempo cambió de dimensión en ese momento y me vi inmersa en un microsegundo aterrador que convirtió el resto de mi vida en una llamarada que nunca volví a encender.

Odiaba que me madre subiera la persiana de mi habitación antes de que sus pasos pudieran advertirme. –despierta Natalia, aun tenemos que preparar los canapés y hacer la tarta-

Estaba de mal humor aquella mañana y no tenía malditas ganas de organizar ninguna fiesta de cumpleaños. Le pegué un espantón a Nilo, que salió bufando de entre mis sábanas. Me impulsé hacia la silla y fui a lavarme los dientes. La rampa del comedor estaba desencajada de la escalera y el tropezón hizo aumentar el agrio de mi cara.

Sonó el teléfono y oí a mi madre decir: -está acostada- sólo hizo falta un silencio mudo para saber que era Dani. Removí los cereales, había 42, como todas las mañanas durante los dos últimos años, nunca me gustaron los cereales con fibra y frutas del bosque, pero si quería queque de chocolate el coste de cruzar la calle para ir a comprarlo convertía mis ganas en la misma náusea que me ocasionaba el olor de la coliflor.

Gara llegó pronto a casa, quería ser la primera en darme su regalo, era Mini en una moderna silla de ruedas porque incluso Disney, en un enfoque realista, había previsto que el mundo animado también sufría accidentes como el mío; tuve que reírme sin poder evitar el recuerdo de la que fue mi alegre espontaneidad

Teresa y Sonia llegaron más tarde, y Eva fue la penúltima. No esperaba a nadie más y desde luego no esperaba a Dani.

Me quedé perpleja, mi madre le invitó a pasar y un silencio incómodo inundó el comedor.

-Natalia, vengo a traerte los impresos de la matrícula, este año regresas a la facultad de veterinaria-

-Déjame en paz- le contesté –la tarta lleva chocolate, siento que no te guste, ya sabes donde está la puerta-

Dejó los papeles encima de la mesa, me dio un beso en la mejilla y se marchó, seguía oliendo a Hugo Boss y su perfume se quedó impregnado en la sala como mi sentimiento enmohecido piel adentro.

Los diez minutos posteriores fueron un estúpido intento de discusión, -olvidaros chicas, mi vida ya es bastante complicada como para plantear el coste de un ascensor en la facultad, no pienso rebajarme a tal lastimera pretensión.
El jueves por la mañana vino a casa el decano de Veterinaria con unos planos entre manos, -soy una inválida –le dije- no una profana en arquitectura ni una posible votante a su candidatura, así que márchese, no me interesan sus proyectos futuristas.

-Natalia, hija, despierta, alguien ha venido a verte-, levanté la vista por encima de la barandilla de mi cama y ví a Edu, el hijo de Estela con Lala entre los brazos y con lágrimas en los ojos.

–Qué te ocurre peque?-le pregunté.

-Es Lala que no quiere comer y que no quiere levantarse-.

-Acércamela -le dije. Le toqué la barriga y sentí un fuerte hinchazón en la zona pélvica.

- Rápido, hay que llevarla a un veterinario-

- Tu no eres veterinaria?- preguntó Edu.

-Bueno- balbuceé -no se, sí, no... mamá sácame el coche del garaje por favor, nos vamos a la facultad.

Me vestí más deprisa que aquel día que tuve mi último examen y me deslicé por la rampa del comedor haciendo un caballete por el desnivel. Edu llevaba al animalito envuelto en una manta en el asiento trasero mientras mi madre se apuraba en abrocharme el cinturón ya en marcha.

Tardamos poco en llegar, saqué la silla y la desplegué con una rapidez casi desconocida, Edu corría a mi lado y mi madre se apuraba detrás del niño sin comprender demasiado mis prisas. Al llegar arriba un veterinario en prácticas colocó a Lala en la mesa de observación y minutos después confirmaba mi diagnóstico: Piómetra.

Bastaron pocos minutos para entrarla en la sala de cirugía, era una cuestión urgente. Me quedé atorada en la puerta de vaivén mientras observaba absorta el pre-operatorio; Lala ya dormía. En ese instante un perfume conocido empujó mi silla hasta la misma mesa de operación. Tras la mascarilla, Dani empezaba la intervención.

Me quedé allí quieta, más inmóvil que mis piernas y más inerte que mi médula espinal, pero más viva que en aquellos dos últimos años.

Una hora después, me aproximé al ventanal de la sala de espera y ví a mi madre sentada en un banco de los jardines de abajo, fue en ese momento cuando me di cuenta de que me encontraba dos plantas más arriba y ni siquiera recordaba cómo había llegado hasta allí.

Es jueves, son las diez y la jodida silla se ha vuelto a atascar entre las puertas del ascensor de veterinaria, encima llego tarde a mi laboratorio y el cultivo de microbio no responde correctamente, pero nada es imposible si te lo propones.

RELATO IV: LOS JUEVES DE ROBERTO

07:15 h. Suena el despertador

07:30 h. Desayuno equilibrado, ajuste bucal y bicicleta estática

09:00 h. Recoger a Claudia y llevarla a la guardería

09:17 h. Guagua 102. Visita al Mercado Central con la lista de la compra de su hija y los restos de su pensión.

10:45 h. Guagua 320. Llega a casa de Julia y le coloca la compra

11:10 h. Desordena el orden de Julia y le dobla la ropa que se acumula en la misma silla de todos los jueves.

12:00 h. Recoge a Claudia de la guardería y caminan de la mano hasta su casa

13:00 h. La entretiene hasta la hora del potaje

14:45 h. Julia recoge de mal humor a la niña y le reprocha a su padre las manchas del uniforme escolar.

15:30 h. Roberto acompaña a su nieta a natación mientras la madre, toda energúmena, busca aparcamiento en las inmediaciones de la piscina municipal

16:00 h. Roberto observa orgulloso el chapoteo de la pequeña mientras un teléfono móvil se mantiene pegado a la oreja de Julia.

16:45 h. Roberto le quita el bañador mojado a la niña y saca de la mochilita la merienda que la madre olvidó preparar.

17:00 h. Roberto se despide de la pequeña y resignado consiente anular para mañana su encuentro con Carlos; Julia olvidó decirle que tiene clase de danza del vientre.

17:18 h. Roberto toma la guagua 210 dirección a Tafira.

17:40 h. Vislumbra los jardines del campus y sonríe.

18:00 h. Roberto se reúne con las juventudes del barrio de Escaleritas, hoy ya jubilados, y empieza su clase de literatura contemporánea.

18:01 h. Retoma el pálpito de su vida.

RELATO V: ERNESTO BRAVO

Mi nombre es Ernesto, Ernesto Bravo, aunque se que mi apellido no te será familiar hasta que mi busto no se levante tallado en piedra picón, tan erguido como mi nariz, en lo alto de esta ladera de Tafira. En realidad al pie de mi “in memorian” debería rezar “To Bravo” porque eso del Ernes, ya está un tanto gastado. Tengo dieciséis carreras universitarias en mi haber, sí, nada menos que dieciséis, e incluso una franquicia en Second Life. Ningún buen universitario que se precie de serlo puede negar que la mayor parte de su conocimiento lo ha adquirido conmigo, y digo conmigo, no de mi, porque la modestia es una de mis mayores virtudes. Empecé en la universidad cuando el césped del campus empezaba a crecer al mismo tiempo que mi barba, yo tenía 17 años y fui un joven prematuro, hice que mis padres se sintieran muy orgullosos de mi. A medida que iba pasando los años, Teodoro, mi padre, iba narrando mis hazañas en el bar de la plaza a los borrachos del domingo sin partido.

- Mi Ernes ha llegado a la universidad y va por su tercera carrera-
- Sí, ya le dije yo a la Pruden que tu hijo llegaría lejos-
- Coño! –exclamó el conejero- tan lejos que se necesitan tres guaguas para llegar a ser boticario, demasiado esfuerzo para tan poco salario-
- No seas bruto Benito, que el muchacho de Teodoro ha pasado por lo suyo-

Entre tanta meditación filosófica, mi vida ha ido transcurriendo entre el barullo de platos y tazas y mucha cafetería, donde terminan la mayor parte de mis tardes y el resacón de mis lentillas, esto del saber irrita lo suyo.

Conozco tantas historias de universitarios que podría participar en un concurso de relato corto y ganarlo, no por calidad, sino por diversidad.

Me viene al recuerdo la carta de un alumno licenciado al Decano de la Facultad de Ciencias del Mar agradeciéndole los buenos años de estudiante y las angustias del post grado para terminar en la cola de demandas del INEM un jueves cualquiera con el número 212 entre las manos.
Podría hablaros también de Jonás que nunca pudo matricularse porque el sueldo de limpiacoches, esposa y tres hijos no le daba ni para el impreso de inscripción, así que terminó limpiando los cristales de los Audis pijos con plaza reservada en la facultad, el pobre se conformaba con pegar los morros en los parabrisas delanteros para alcanzar a leer del revés los títulos de los libros con los que otros estudiaban.

Y qué decir de los turnos tarde-noche donde se juntan los estudiantes tardíos, esos muchachos de última generación que poco entienden de emoticonos de Messenger pero mucho de historia, nuestros abuelos retomando los tiempos y cambiando el coñac por una Tropical a media mañana.

También llega a mi memoria la carita de Fátima en su primer día de facultad, con el miedo escondido bajo su pañuelo, ocultando el pelo pero no su intención. Hoy es periodista, exiliada de Pakistan y sigue levantando la voz como lo hizo en los 80 proclamando sus derechos de mujer.

La historia de Lilian Turan, un negro café, afroamericano de 22 años, estudiante de Ciencias Políticas, que llegó con la aspiración de encontrarse con una facultad de estado multirracional, igualitario y democrático pero tuvo que enfrentarse a una multipluralidad con conflictos y liderazgos enfrentados en gestión y solución.

Ahora, andamos con el Plan Bolonia, cuyo objetivo, dicen, es facilitar el intercambio de estudiantes y titulados en los países de la Unión, para adaptar el contenido de los estudios a las demandas sociales. Nos cuentan que las titulaciones pasaran a ser de cuatro años, excepto en algunas carreras, para completar la formación y especializarse a través de másteres oficiales ofertados desde las propias universidades con becas-préstamo, a ver como le cuento yo esto a Teodoro, mi padre, que sólo entiende de plátanos y gofio, alimento con el que crecí y facultó a mis neuronas por estar ahora aquí, con ustedes, contándoles que al fin y al cabo, esto es un paseo en noria para privatizar derechos y deberes y terminar la vuelta, como Willie Fog, en un mundo de globalización poco práctico.
Entre tanto, después de tantos años, y entre tantas historias de amor, paseadas entre aulas y pasillos, yo también he vivido lo mío, porque aquí no todo es estudiar, que se lo pregunten a Julia, que me espera en casa con el chiquillo y el biberón reprochándome todavía mis resacas de universitario.

Yo, “To Bravo” sigo aquí, tras la barra de esta cafetería, donde licenciados y por licenciar siguen compartiendo sus saberes conmigo, mientras marcho otro mixto calentito a la plancha


RELATO VI: NEUROSIS

Nací el mismo mes en que moría, septiembre. Me enterraron en jueves y estuvieron todos en la misa de mi funeral que se celebró en la Catedral de Arucas. Hubo un sermón precioso, acompañado de órgano y llantos. Recibí una corona inmensa que encargó la facultad de Psicología y me dedicaron numerosas esquelas en mi recuerdo.

En realidad fui una alumna modelo, excelente media y un futuro prometedor que nunca llegó; eso certificó D. Pedro Baeza, el profesor del que me enamoré y por el que fallecí agotada de pasión.

Solía sentarme lo más cerca posible de él en sus clases y solía acosarlo a preguntas hasta crispar sus nervios para terminar en su despacho debatiéndonos entre las meditaciones de Descartes. Me gustaba ver sus facciones en reacción a sus futuras muecas de vejez y la hendidura de sus pómulos subyaciendo entre mis paranoias existenciales. Había comprobado que mis faldas cortas lo ponían tan nervioso que conseguía provocarle un efecto gravitatorio entre sus lentes y sus pupilas. Me fascinaba escuchar el repiqueteo de sus dedos sobre la mesa de metacrilato cada vez que giraba la cadera para apoyar una sola de mis nalgas en el sillón de las visitas mientras mis pezones erectos dirigían mis emociones hacia él a través de mis camisetas ajustadas. Había comprobado que aquel doctor en psicología y catedrático en Vademecum podía entrar en shock de tartamudeo al ritmo del pestañeo que caprichosamente le iba marcando como felina en celo. Me volvía loca el vals que marcaba con su boca y que yo seguía al mismo tiempo con la punta de mi lengua de extremo a extremo de la comisura de mis labios.

Tenía memorizada su voz, sus lunares y sus zapatos. A veces me disgustaba cuando iba mal conjuntado, odiaba, por ejemplo, esa camisa azul eléctrico que para nada combinaba con el blanco roto de su pelo, me encrespaba tanto que en una ocasión simulé un encontronazo de pasillo y desparramé un café con disolvente sobre aquella tela horrible, consiguiendo así poner fin a tan horrenda vestimenta. No opinaba lo mismo de su casa ni de su familia. Nunca había sido invitada a ese salón acristalado de cortinaje en tonos malva decorado por Marisa, su esposa, con la que solía conversar en el Mercado Central donde casualmente solíamos tropezar en la pollería, así conseguí saber que el arroz caldoso con pollo era el plato predilecto de Pedro Baeza, así que aprendí a prepararlo por si llegaba la ocasión. Al pequeño David lo conocí en la guardería donde su padre lo dejaba todas las mañanas a las ocho en punto, instante en el que mi chiguagua se acercaba a él para olfatear el parterre de la entrada del colegio infantil. En fin, nuestras vidas siempre estuvieron cruzadas aunque él no lo supo hasta más tarde.

En una ocasión coincidimos en una cena de parejas y Carlos, mi acompañante, después de cuatro rones con cola acabó confesándole que yo, loca de delirio por el profesor Baeza, estaba tramando un suicidio que ya era inminente y ante la imposibilidad de hacerme desistir de tan macabra idea había optado por confesárselo todo a pesar de mis advertencias.

Mi profesor, atónito por el relato, me citó en su despacho el lunes por la mañana y tuvo conmigo una conversación de adulto con mi “yo irracional”. Pobre hombre! Desesperado por mi neurosis intentó convencerme que era un delirio de juventud y que se habían dado muchos casos de alumnas enamoradas de profesores, me aseguraba que esto tenía cura y yo asentía sabiendo que si me acercaba un poco más y vertía unas lágrimas de desespero sobre su camisa y de paso un poco de carmín rojo, iba a despertar cierto recelo de Marisa y cierta inquietud suya por aclararle mi desconsuelo a su fiel esposa.

Nada podía hacer ya Pedro Baeza, iba a suicidarme y él tendría que cargar con la pena de mi amor para el resto de su vida. Nunca me planteé darle una oportunidad, no me interesaba esa nimiedad, me ponía a cien el despropósito de comprobar hasta dónde alcanzaba su emoción real al saber que mi muerte ya era un hecho perpetrado.

Ese jueves, después de llamar al periódico para que insertaran mi esquela, me vestí de luto y me mezclé entre la multitud.

“Lucía Santana Pereira, fallece a los 22 años de edad en la capital de Las Palmas de Gran Canaria. Su familia, sus amigos y compañeros de facultad siempre la recordarán”

Ahora me llamo Nuria Vías González y estudio Derecho Mercantil en Barcelona, donde Andrés Tormes imparte mi asignatura preferida…


*****NOS QUEDAMOS SIN PREMIO, PERO NOS LO GOZAMOS JUNTOS*****